sábado, 12 de septiembre de 2015

Dictamen para la declaración de Ciudad Rodrigo como "monumento histórico-artístico"

La Alberca está celebrando este año el 75 aniversario de su declaración como conjunto monumental. Fue la primera localidad de España que consiguió esa distinción. Lógicamente, en virtud de la efeméride, el hecho referencial ocurrió en 1940, concretamente en septiembre. Por un hecho luctuoso, un accidente de tráfico, no se pudo desarrollar el conjunto de actos previstos para los pasados días 5 y 6 de septiembre, posponiéndolos para otro momento. Viene a colación este recordatorio, esta introducción, para asentar el post de hoy, que estaría en la misma línea de la efeméride albercana. Me refiero a la declaración de Ciudad Rodrigo como "monumento histórico-artístico", figura que prefirió el académico Elías Tormo en vez de la de "pueblo artístico", denominación que propuso la Junta Provincial de Monumentos de Salamanca para que esta localidad fuera protegida en su conjunto monumental.


     La propuesta de la Junta Provincial de Monumentos fue dirigida a la Dirección General de Bellas Artes, dependiente del Ministerio de Educación Nacional, en 1943. La solicitud fue trasladada por dicho departamento a la Real Academia de la Historia para que emitiese el correspondiente dictamen, cuya ponencia fue dirigida por el académico Elías Tormo y Monzó, quien, acompañado de varios miembros de la citada institución se desplazó a Ciudad Rodrigo para ratificar su convencimiento de que nuestra ciudad debía ser declarada "monumento histórico-artístico", concretamente la población intramuros. El 22 de octubre de 1943 está datado el dictamen favorable a tal declaración, aunque hasta el 29 de marzo de 1944 no se firmaría el decreto que avalaba tal designación. Por lo tanto, en 2019 Ciudad Rodrigo cumplirá 75 años de su estatus como conjunto monumental. Tiempo hay para celebrar la conmemoración. Todo se andará.
   Quisiera hoy, porque considero que es un documento de especial interés para cualquier mirobrigense, para cualquier amante de la historia, traer a colación el dictamen de la Real Academia de la Historia que firmó el citado Elías Tormo. Lo he transcrito y, por su extensión, irá en dos partes. Señalar que en la última entrega se dan referencias de las fotografías que acompañaron al referido dictamen, procedentes, y allí se conservan, del Instituto Amatller de Arte Hispánico, ubicado en Barcelona, y que cuenta con más de 360.000 copias fotográficas de monumentos españoles.
   Este es el dictamen que permitió que Ciudad Rodrigo ostente el título de "monumento histórico-artístico":

CIUDAD-RODRIGO

La Dirección General de Bellas Artes (Ministerio de Educación  Nacional) remitió a esta Real Academia de la  Historia, con petición del oportuno dictamen, una comunicación  en la que se acompañaba el breve oficio ala dicha Dirección  General dirigido por la Junta Provincial de Monumentos  de Salamanca reiterando la petición (de antes hecha,  por lo visto) «de que Ciudad Rodrigo sea declarado Pueblo Artístico», frase que la Dirección General de Bellas Artes  tradujo en su comunicación con esta frase equivalente: «la  declaración de Monumento Histórico-Artístico para toda la  población de Ciudad Rodrigo».
La ponencia académica ha vuelto a visitar el lugar, aun  conociendo de antes, y desde muchos años, la tan artística y  tan seductora localidad, ciudad de historia y de arte, y muy  a toda integridad; pero cree interpretar la vaguedad de la frase «población», y aun con decirse «toda la población», refiriéndola directamente a la ciudad murada, a la población alta, no comprendiendo en el tema del dictamen el modesto arrabal de Santa Marina al pie del cerro, esto es, al sur de la «ciudad murada», sólo pintoresco por los brazos del río, por el puente y las arboledas; ni tampoco los arrabales del Norte a Este, en llano, que paseos amplios y jardines nuevos separan bastante de la ciudad alta además del desnivel: con todo y conservarse allí alguna iglesia y las ruinas muy notables de templo que bien sería de lamentar que desaparecieran. Y con más razón, cree deberse excluir del actual dictamen, aunque no del interés celoso de Academias y del Gobierno, los restos aún subsistentes de casas conventuales y de monasterios, al Oeste, San Francisco, cerca, la Caridad, lejos, al Este, etc.
En el uso medieval, en España, como en el extranjero,  la frase «ciudad» se localiza dentro de murallas, y aún dura  secularmente tal uso en muchas partes: de ejemplo en la  gran urbe de París, o en la todavía mayor de Londres, la  estrechez, aún actual, del respectivo ámbito de la «cité» y de la «city», respectivamente.
La ponencia, por de pronto, debe conmemorar el celo de la Comisión Provincial de Monumentos de Salamanca (que no es, ciertamente y afortunadamente, de las «durmientes» en nuestra península), y debe celebrar la frase que entraña una bien laudable promesa, la que dice que «esta Comisión de Monumentos desea tener alguna autoridad para poder vigilar con eficacia una de las ciudades más interesantes de nuestra provincia».
Junto y por sobre el rio Águeda, que algo se desparrama en brazos al tropezar con la ciudad, muy en alto la población, está construida sobre un amplio «teso», que así llaman allí, no a la tabla alta de los cerros testigos (como quiere la Academia Española), sino a cada uno de los tantos dichos cerros testigos, que cual archipiélago se mantienen en la llanada oblicua en la que los geólogos no se atreven a acusar un escalón, pero sí una muy amplia rampa geológica al descender a Portugal la zona fronteriza del gran valle del Duero.
La que ellos técnicamente llaman acción erosiva «remontante» del Duero y sus afluentes (como lo es el Águeda), se junta, acusándola más, a la acción geológica de erosión milenaria que barrió y que limpió las comarcas de sedimentos terciarios, dejando al descubierto terrenos mil veces más vetustos. Así el teso (la tabla) de la ciudad con tan copiosa agua a los pies, convidaba a asentarse poblado muy pretérito, de fácil fortificación en los siglos remotos, asentado en los tableros más sólidos que la denudación geológica no había logrado arrastrar ni desportillar gravemente.
Ni de prehistoria ni de historia prerromana, ni de la romana, ni de la posterior tampoco, se ha conservado ni hallado testimonio seguro (arqueológico) de la población en la Edad Antigua, siendo la identificación con la de una de las Miróbriga (la de los Wetones) de los textos geográficos e históricos de la Edad Antigua, del todo problemática. Las mismas tres columnas romanas monumentales no bastan, y en ese tema de lo heráldico municipal es casi seguro que fueron habilidosamente transportadas desde las ruinas lejanas de otro lugar, en que quedaron piedras similares, el de Urueña, a como 22 kilómetros al SSW. de Ciudad Rodrigo, río Águeda arriba.
Pero bastan, enlazándolos, dos solos datos en Ciudad Rodrigo para reconocerla de gran abolego en los siglos en que quedó despoblada. El uno de los datos, el que positivamente, despoblada y todo, se llamaba «ciudad» al lugar del teso, y bastante antes de que un «Rodrigo» le cumpliera y redondeara el nombre; y, el otro de los datos, el examen geográfico del teso, no en detalle, sino en su conjunto, el que por amplio, por alto y por inmediato a corriente de agua caudalosa, era lugar predestinado para una ciudad fuerte, siempre que eso de ser fuerte fuera preciso (como no lo fué antiguamente: al asentamiento peninsular de la «pax romana»), y siempre que a la vez se evitaran embalsamientos palúdicos en la corriente del Águeda. La antonomasia do «ciudad», y única en nuestra península (pues Ciudad-Real, era en siglos bien recientes una solo «Villa-Real) y la amplitud del teso, y la inmediación de vado en el río, explican del todo decisivamente, el prestigio, mudo, de los recuerdos episcopales, anteriores al traslado o asentamiento de la sede episcopal en la alta y aun la baja Edad Media en Calabria, a solo ocho leguas de Ciudad Rodrigo, al Poniente.
Decreto de declaración del 29 de marzo de 1944
Las seculares e inveteradas exigencias canónicas de no poder crear sino en ciudad una sede episcopal, explican el valor secular de la frase «ciudad» y la de «civitatense» dado a los prelados y sin mentar en el título lo de «Rodrigo», nombre que no aparece de personaje histórico conocido, hablándose sí (pero no cerca) de una aldea de Pedro Rodrigo, en tiempo anterior al del restaurador de la población y de la sede, de las fortificaciones y de todo, que lo fué el Rey de León Fernando II, quien estratégicamente decide la repoblación ante el hecho de la independencia del demasiado inmediato y a la sazón nuevo reino de Portugal, con Affonso Enriques.
Tremendamente demostró la Historia en siglos todavía de los medievales y en los más recientes siglos, el XVII (guerra de separación de Portugal), XVIII (guerra de sucesión de España) y XIX (guerra de nuestra independencia), el acierto de Fernando II de León en volver allí a crear ciudad y plenamente poblarla de un golpe, y cumplidamente redondearla de fortificaciones, en el sitio que arrastraba tras de muchos siglos el nombre de «civitas» por asiento de Obispado, aunque secularmente trasladado fuera de ella, pero en su propia comarca. Si Fernando II, con legítima vanidad, hubiera llamado a su creación «Ciudad-Fernando», nos cabría una duda acerca de la fortaleza de nuestro argumento, y en cambio, no cabe ninguna, al dejar él correr el nombre de «Ciudad Rodrigo», por recuerdo (lo de «Rodrigo») de una aldea y un personaje apenas conocido por la Historia.
En cambio, en el latín eclesiástico, la sede siempre se dijo puramente «civitatense», en sencilla antonomasia heredada de los siglos en que dejó de haber Obispos aquí y no en la comarca (época visigoda, o mejor época sueva).
El fundamento serio de preceder a Fernando II tal apellidarse ciudad la desamparada, lo ofrece el año 1136 la carta real de la compra por los de Salamanca de la localidad, apellidándola «civitatem de Rodric»: es decir, en fecha veintiún años anterior al comienzo del reinado de Fernando II de León.
Y es en los años 1170 a 1180, cuando Fernando II, ya rey desde 1157, y después de vencer al caso a los salmantinos y al portugués Alfonso Enriques, asegura la «ciudad» con las fortificaciones, en realidad las hoy subsistentes.
El circuito en el óvalo irregular del rellano del teso (diámetro mayor, de NW. a SE.), se conserva casi íntegro cual lo construyó Fernando II (que el arquitecto fuera un Juan de Cabrera, es muy problemático), con escasas puertas, de las cuales la más antigua la del Sol (al Este); débiles las del Sur (que el Águeda hundido defendía) o sean los portillos de San Albín o San Pelayo (intacto se catalogó en 1903), el de Santiago reformado en el siglo XIV, y con puente levadizo, que tuvo también la puerta de la Colada. Integro el cerco, pero en general de bien escasas torres, pero no en sus partes altas o cimeras, pues, a los cambios de los tiempos de la Ingeniería militar y de los medios de ataque, se desmontó como un tercio el alto de todas las cortinas (menos al centro del Sur, sobre el río), y la obra medieval se acompañó al inmediato exterior del circuito, desde 1707, de los baluartes, rebellines, reductos, torreones, falsabraga,..., del sistemaVauban, conjunto que sufrió los terribles sitios, todos logrados en la guerra de la Independencia singularmente, pero que, con tantas pérdidas monumentales en los arrabales, el cerco defensivo volvió a quedar intacto con las restauraciones del tiempo de Isabel II.
Vista aérea parcial del recinto amurallado
Para el artista y el amador de la belleza, aún debe agradecimiento a las circunstancias de ser Ciudad Rodrigo plaza fuerte, pues ello habrá sido freno al afán modernizador de los caseríos de ciudades históricas, y los mismos bajos arrabales (los del Norte) viven apartados y a la debida distancia de la plaza fuerte, y hoy, por fortuna, con bellos y amplios jardines intermedios. Con los sitios, lo más que se perdió fueron los caseríos y monumentos del lado Oeste, puesto que allí, y al Norte, otros tesos, más modestos, servían para los atacantes: la torre de la Catedral y las cresterías externas, de balaustres, de su nave alta, muestran perdurablemente las cicatrices de los bombardeos de los sitiadores. El acceso a la rebajada muralla vieja y a los baluartes, en parte, dan al visitante de la ciudad lecciones de Historia, y vistas de bello y riente país, austero, y puntos de vista bien apropiados para la contemplación de algunos de los monumentos.
En este género de nobles atractivos, menos alto que la Catedral y su torre (la mayor fortaleza de la plaza), pero nobilísimo, y dominando los brazos del río y el largo puente, está bien dentro de las murallas un recinto externo, y bien dentro de él la gran torre del Alcázar, casi como intacto, de Enrique II, el que por feliz idea del Marqués de Vega Inclán, y el apoyo del último monarca, se dio al turismo con el instalado albergue que recibió el castizo nombre de parador, «Parador de Enrique II», bien llevado y bien concurrido de extranjeros y de nacionales, y no inmediato a las calles y plazas céntricas. Del grandioso e intacto torreón del Alcázar se cree saber el nombre del arquitecto, el zamorano Lope Arias: lleva la fecha de 1372, como la del comienzo de su obra.
Es la Catedral, rotundamente, el más bello monumento: y con absoluta primacía, inclusa la primacía de la mayor antigüedad. Mas como hace años ya ella fué declarada monumento nacional, y gastando cantidades el Estado en restauraciones (no todas afortunadas, desgraciadamente), parecería indicado que en este actual dictamen, referido al conjunto urbano, se dejara aparte todo elogio y toda ponderación del monumento principal. Cabe, sin embargo, decir algo, reducido escrupulosamente al exterior, a lo visible del paseante de la ciudad, de la arquitectura románica de los ábsides laterales, de la gótica ya seiscentista del ábside central, de la hermosura de todo lo externo de la nave del Sur, de la nobleza de la torre, acribillada de cicatrices guerreras, pero singularmente decir mucho de la portada del crucero del Sur (sin olvidar la del Norte), aquélla con dos series de notables esculturas grandes: la fila baja de estatuas de escultor anónimo, de toda pureza y tendencia romániea-cluniacense y de abolengo bizantino, de esmerada factura y de gran fantasía en sus caprichos ornamentales, artista similar (según el señor Gómez-Moreno) al del incomparable claustro de la catedral vieja de Salamanca y tan decorador como el de la Magdalena de Zamora, siglo XII; del mismo escultor, la Virgen y Niño, al lado, y lo externo de los dos citados ábsides colaterales, al Este. En cambio la otra fila más alta de estatuas, por el primer tercio del siglo XIII, de otro estilo románico, cual el provenzal (éste sin nota bizantina, ni tampoco gótica), y el artista con temperamento de arranque y desenfado: suyas son las altas doce figuras de Patriarcas y Profetas. No quedan a Ja vista en la calle las de la portada principal de otro tercer artista, coetáneo del segundo, quien tira más a Borgoña que a París, pero luego se ven cuando está abierta la puerta. No debe olvidarse el exterior rococo (arquitecto Fray Antonio Pontones) de la capilla del Pilar (al Sur) y, sobre el exterior, del siglo XIII, la gran capilla de cabecera lado Norte, la central, capilla mayor (1550), atribuíble a Rodrigo Gil de Hontañón, y la torre actual, obra de Sagarbinaga.
Callejeando deliciosamente, sin entrar tampoco en otros templos, debe citarse la vetustez de parte de San Pedro (ábside Norte); la grandiosidad de San Agustín, del promedio del siglo XVI; la de la mal llamada «Capilla» Cerralbo, gran templo del pleno Renacimiento; mas notas de interés en portadas de otras iglesias, la del Hospital de la Pasión; aun la del barroco, hoy cuartel, que fuera del Espíritu Santo; la de la cárcel, antes de franciscas descalzas, con un muy antiguo o prematuro «Cor Jesu». Es también del siglo XVIII la portada del antiguo Parque de Artillería.
La muy bella Casa de la Ciudad ha sido felizmente repristinada, y ello no sin cierta nostalgia dicho, pues en el estado anterior (con los arcos y columnas intermedios en su logia) ofrecía un hechizo de novedad única (y que se creía obligada, temiendo hundimientos) verdaderamente sorprendente e inesperado: es joya del Renacimiento. 

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